Prólogo
Magia, pensó el senador Charles “Chuck” Filmore. No puedo creer que esto sea por lo que tengo que rebajarme.
Se asomó a la
puerta de cristal abierta del edificio y sonrió victoriosamente a las cámaras
que se encontraban en el otro lado de la calle.
La
normalmente concurrida vía fue acordonada en cada extremo, bloqueada con
barricadas naranjas y policías de la ciudad de Nueva York. Todos ellos parecían
aburridos y hoscos en sus oscuros gorros y trajes.
Detrás de las
barricadas, una multitud ruidosa se había reunido, saludando y sonriendo ante
las cámaras. Eso era una de las cosas que Filmore amaba y odiaba al mismo
tiempo sobre ese pueblo: no importaba que hora del día era, había siempre una
fiesta a punto de estallar ante la menor provocación. Además había vendedores
de camisetas, con señas vacilantes, y turistas con los ojos bien abiertos, con
aspectos de peces de colores que de repente se han encontrado en la Gran
Barrera de Coral. Filmore saludó a la izquierda y a la derecha de la
calle, mostrado todos sus dientes recientemente blanqueados en una gran sonrisa
practicada. Los flashes aparecieron, parpadeaban continuamente y la multitud
aplaudía.
Realmente
esas personas no estaban allí para vitorearle, y por supuesto, él lo sabía. Estaban
vitoreando porque su cara era la que aparecía en todas las pantallas gigantes
de televisión que alrededor de allí había. No hubiera importado si
la cara hubiese pertenecido a algún maniquí de Bloomingdale. Había otra cosa
interesante sobre las multitudes de Nueva York: les importaban poco las cosas
sobre las cuales aplauden, siempre y cuando haya una oportunidad de
salir en las pantallas gigantes de televisión haciéndolo.
La cara en la
pantalla gigante cambió. Ahora pertenecía al gran mago adulador, Michael Byrne.
Vestía una camisa de cuello abierto de color negro, con su pelo lacio y
brillante cayendo sobre su cara, enmarcando su bonita sonrisa.
Byrne no
sonrió, por supuesto, como Filmore lo hizo. Miró con picardía maliciosa, sus
ojos parpadeaban una y otra vez, como si no fuera consciente de la cámara
(Filmore sabía por experiencia) que tenía a menos de dos pies de distancia de
su cara.
Byrne había
nacido para ser empresario y era extremadamente persuasivo incluso cuando no
decía ni una sola palabra. Esa era la parte que había hecho que tuviera tanto
éxito como un mago de escenario. La muchedumbre quería creer en
sus trucos. De hecho, si no hubiera sido por el contagioso encanto de Byrne,
obviamente poco sincero, Filmore no podría incluso haber accedido a formar
parte del truco.
—Vayamos al
grano. —dijo Byrne el día que conoció por primera vez a Filmore en su oficina.
—Eres una de esas estrellas que está ascendiendo en el mundo de la política, al
menos en Nueva York, todo el mundo lo sabe, ¿verdad? No muchos otros políticos
tienen el tipo de reconocimiento que tú tienes. El ex Quarterback de los Jets,
marinero de carrera, felizmente casado con una prometedora actriz de Broadway.
Estas a punto de lanzar tu carrera hacia lo más alto del combate de lucha libre
de Washington. Solo necesitas un pequeño impulso, un poco de combustible de
cohetes para dispararte dentro de los grandes medios de comunicación.
A Filmore no
le había gustado el hombre casi desde el principio, pero en ese momento, Byrne
había estado hablado en un idioma que él había entendido completamente incluso
si no estaba de acuerdo con él. Filmore deseaba poder crear un nombre por si
mismo, solo con su trayectoria política y su comprensión de las necesidades que
su distrito electoral tiene, pues a pesar de lo que muchos pensaban, él es un
hombre inteligente.
Lo hizo bien
en los programas de entrevistas y los programas de domingo por la mañana
de entrevistas, en parte debido a su propio encanto , pero también porque,
a diferencia de muchos otros senadores que podría mencionar (pero no lo hizo),
realmente no entendía los problemas sobre los que se estaba discutiendo. A
pesar de ello, de todas formas, Byrne estaba bien. Los votantes estadounidenses
no votaban siempre a los mejores candidatos. De hecho, como bien sabía Filmore,
muchos de ellos tienden a emitir sus votos basándose tanto en las miradas y en
las frases ingeniosas como en la cualificación y la lista de candidatos. No
tenía sentido quejarse sobre ello, aunque en ocasiones Filmore lo encontraba
deprimente. La única opción
práctica era reconocer la realidad actual del mundo de la política y usarla
para aventajar a los demás candidatos lo mejor posible.
—Tú y
edificio Chrysler. — Byrne había dicho sonriendo y extendiendo las manos. —Dos
monolitos de la ciudad de Nueva York, juntos al mismo tiempo. Si funciona, y lo
hará, las personas de costa a costa conocerán tu nombre. El mío también, por
supuesto, pero eso no importa.
—Propones que
desaparezca el edificio Chrysler. — había contestado Filmore, recostándose en
su silla y mirando hacia la ciudad a través de su turbia ventana de oficina.
—Conmigo en el.
Byrne se
encogió de hombros.
— ¿Qué mejor
manera de cimentar nuestras carreras al
mismo tiempo, verdad, Senador? Ambos sabemos que en estos días, el mundo de los
negocios y el de la política son en realidad dos caras de la misma moneda.
Además, será divertido.
Filmore echó
una mirada de reojo a Byrne.
— ¿Cómo lo
harás?
Byrne suspiró
lánguidamente.
—Magia.
—respondió. —Lo que significa que es sorprendentemente fácil o alucinantemente
complejo. Ninguna de las respuestas es siempre muy gratificante para el
espectador. ¿Qué dice usted, Senador?
Filmore
estuvo de acuerdo, por supuesto, aunque algo a regañadientes. Si se hubiera
requerido algo más que una noche en el vestíbulo del famoso rascacielos de
acero, probablemente no lo habría hecho. Mirando a su alrededor desde las
puertas del vestíbulo, empezó a tener la sensación de que el truco era, de
hecho, sería alucinantemente complejo. Había multitud de
espejos sobre soportes giratorios, por ejemplo, situados justo fuera de la
vista de la multitud que se encontraba detrás de las barricadas. Un monstruoso
andamio, de casi treinta pisos de altura, había sido colocado en frente del
edificio. Estaba equipado con una cortina del tamaño de un rascacielos que
podía bajarse y subirse cuando Byrne lo ordenara, dando tiempo a su
equipo para gestionar las complicadas maquinaciones necesarias para la ilusión. En
cuanto a la plataforma de observación oficial, a media calle de distancia,
Filmore tenía alguna idea de cómo probablemente el truco se llevaría a cabo. No
lo había entendido del todo bien, pero él entendía lo suficiente como para
saber que el hechizo dependía totalmente de incontables detalles
insignificantes, desde el campo de visión, hasta la psicología de las masas (o
grupal, como prefieras), e incluso, del ángulo de la puesta de sol. A su
manera, Byrne era muy inteligente, aunque, como el hombre había sugerido, al ver
algunos de los complicados detalles que había detrás del truco, sin duda,
tendían a reducir la apreciación hacia este.
Ahora que
estaba oficialmente fuera de las cámaras, Filmore dio la vuelta y cruzó el
vestíbulo desierto, entrando por una puerta lateral junto a la mesa de
seguridad. Allí, encontró una pequeña habitación con dos maquinas de refrescos,
un sofá de cuero y una televisión de plasma. En la pantalla se
mostraba lo que el resto de las personas iban a ver desde fuera. El
guardaespaldas de Filmore, John Deckham, un antiguo jugador de fútbol
totalmente calvo, que estaba sentado en el sofá viendo lo que sucedía afuera en
el televisor con un ligero interés.
—Tiene buena
pinta—
Deckham comentó, asintiendo con la cabeza hacia la televisión. —Hicieron un
primer plano de ti saludando. Muy “hombre del pueblo”.
Filmore suspiró
mientras se sentaba en el otro lado del sofá.
—Los trucos
hacen girar el mundo. —Deckham se encogió de hombros, levantando una bolsa de
pistachos y cayendo un puñado.
Filmore se
dispuso a ver el evento. En la pantalla de la televisión, Michael Byrne levantó
sus brazos mientras la cámara se acercaba drásticamente hacia él, enmarcándole
en contra del sol que se reflejaban en las ventanas del edificio.
—Y ahora,
—Byrne anunció. Su voz estaba amplificada sobre la multitud produciendo un
efecto de eco. —Me habéis visto escapar de la prisión de Alcatraz. Habéis sido
testigos de mi triunfo sobre el sepulcro de la muerte egipcio. Habéis
visto como he hecho desaparecer a un elefante vivo, y después a un avión y
finalmente un tren de carga en movimiento. Ahora, por primera vez, voy a
realizar la mayor hazaña de la ilusión que se haya intentado. No solo haré
desaparecer uno de los mayores puntos de referencia de la ciudad de Nueva York,
el legendario edificio Chrysler, sino que, además lo haré mientras está ocupado
por el honorable y respetado senador Charles Hyde Filmore.
En la
pantalla, la multitud aplaudió de nuevo. Filmore podría oír el eco de sus
gritos procedentes de más allá del vestíbulo. Byrne sonrió triunfante hacia la
cámara, extendiendo sus brazos, con las palmas abiertas, eufórico ante la
puesta de sol. Al mismo tiempo que el público volvía a guardar silencio,
un montón de focos iluminaron la fachada del edificio, como si fuera una enorme
joya. Byrne levantó los brazos, aún con las palmas abiertas hacia arriba, y
luego las dejó caer. En ese momento, cientos de metros de tela roja, se
desplegaban frente al edificio. Se precipitaban como el agua, brillando
mágicamente frente a los focos, y, finalmente, golpeaban el suelo con un suave
golpe. Desde la perspectiva de las cámaras de televisión, así como de los
espectadores sobre la plataforma de observación, la cortina completamente
oscureció el edificio. Frente a la ondeante tela roja, Byrne agachó su cabeza.
Parecía estar totalmente concentrado. El público esperaba impaciente.
Al final del
sofá, Deckham hundió su mano en la bolsa de los pistachos.
— ¿Cómo hará
esto? —preguntó. —¿Te lo contó?
—No. —replicó
Filmore. —Secreto profesional y todo eso. Todo lo que sé es que debo esperar
aquí durante un minuto o menos mientras convence a todos de que el edificio a
desaparecido. Cuando acabe todo, el edificio aparecerá y regresaré por la
puerta principal, saludando como un Goombah. Gracias y buenas noches.
—¿Somos los
únicos que estamos en todo el edificio?
Filmore
asintió, sonriendo con tristeza.
—Ese Byrne es
realmente un genio.
Filmore
asintió sonriendo tristemente.
—Ese Byrne es
un genio, de verdad. Organizó todo para evacuar el edificio del departamento
de salud, afirmando que solo podría prometer la seguridad de una persona, la
tuya por supuesto, cuando el edificio cruzara a las dimensiones desconocidas.
—No. —se rio
Deckham, haciendo crujir los pistachos.
Filmore
asintió de nuevo. En la pantalla de la televisión Byrne todavía estaba de pie
con la cabeza abajo, con los brazos colgando en los costados como si alguien le
hubiese apagado. Un redoble de tambores comenzó. Poco a poco, Byrne comenzó a
levantar los brazos de nuevo y como hizo antes, se apartó de la pared del
edificio cubierta con una tela roja.
El sonido del
tambor aumentó, hasta una nota casi insoportable. Ahora Byrne le daba la
espalda a la cortina, con sus brazos levantados y la cabeza agachada, el pelo
le oscurecía la cara y aun estaba como si alguien lo hubiese apagado.
De repente el
edificio se estremeció violentamente. El polvo del techo caía, y las luces
parpadeaban. Filmore se levantó alarmado.
— ¿Qué
fue…? —comenzó diciendo pero se detuvo cuando un zumbido comenzó en las
entrañas del edificio que le devolvía a la vida. Las luces y la pantalla del
televisor seguían parpadeando.
—¿Se suponía
que esto ocurriría? — Deckham miraba cautelosamente.
—Creo que…
si. — Filmore respondió lentamente, asintiendo con la cabeza hacia la
televisión. —Mira.
Aparentemente
las vistas de afuera no habían cambiado. Byrne todavía se mantenía con sus
manos arriba y su cabeza gacha. Finalmente y tétricamente, cerró sus manos y
levanto su cabeza, lanzando su pelo hacia atrás. Chorros de chipas de color
blanco estallaron en el aire y la cortina roja cayó girando y ondeando al caer.
En el lugar donde antes había un edificio, ahora estaba vacío, solo rodeado por
las plataformas que sostenían los focos de luz.
El gran
edificio brillante sin duda parecía haber desaparecido. La multitud estalló en
frenéticos aplausos y una banda en directo entabló una melodía de victoria.
—Bueno, no
está mal. —comentó Deckham relajándose un poco. — Parece muy real.
—Bueno… —replicó Filmore
entornando los ojos hacia la pantalla. —Está muy oscuro. Deberíamos ser capaces
de ver los edificios que se encuentran detrás de este. Las luces están
distrayendo a la multitud.
—Creo que eres demasiado cínico
para la magia, Chuck. Dedícate mejor solo a la política. —El gran hombre se
puso de pie haciendo una bola con la bolsa de pistachos entre sus manos. —Voy a
ir al baño antes de irnos.
—Seguro. —Filmore musitó todavía
mirando a la pantalla. Deckham se sacudió unos pocas cascaras de pistachos que
le quedaban en el pantalón y desapareció por la puerta del baño que se
encontraba en un rincón de la pequeña habitación.
Afuera Byrne había mandado que el telón se subiera una vez más de nuevo.
Lentamente la cortina volvió a subir de nuevo, una vez mas ocultando
misteriosamente la vista y los focos de luces.
¿Vas a seguir subiendo capítulos?
ResponderEliminarPor favor, sigue traduciendo, al menos hay alguien que puede hacer una traducción en condiciones, dado quien estaba encargado de ella oficialmente es un incompetente.
ResponderEliminarGracias y mil gracias, por favor sigue. Si quieres publi de ello siempre se puede buscar el dártela.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por este compromiso desinteresado de darnos a los fans de Potter la alegría de volver (de la mano del Señor Lippert) a este maravilloso mundo.
ResponderEliminarNo sé si abandonaste la traducción o no, pero si no es así te RUEGO que la retomes.