miércoles, 7 de agosto de 2013

Prólogo

 

Prólogo



Magia, pensó el senador Charles “Chuck” Filmore. No puedo creer que esto sea por lo que tengo que rebajarme.

Se asomó a la puerta de cristal abierta del edificio y sonrió victoriosamente a las cámaras que se encontraban en el otro lado de la calle. 

La normalmente concurrida vía fue acordonada en cada extremo, bloqueada con barricadas naranjas y policías de la ciudad de Nueva York. Todos ellos parecían aburridos y  hoscos en sus oscuros gorros y trajes.

Detrás de las barricadas, una multitud ruidosa se había reunido, saludando y sonriendo ante las cámaras. Eso era una de las cosas que Filmore amaba y odiaba al mismo tiempo sobre ese pueblo: no importaba que hora del día era, había siempre una fiesta a punto de estallar ante la menor provocación. Además había vendedores de camisetas, con señas vacilantes, y turistas con los ojos bien abiertos, con aspectos de peces de colores que de repente se han encontrado en la Gran Barrera de Coral.  Filmore saludó a la izquierda y a la derecha de la calle, mostrado todos sus dientes recientemente blanqueados en una gran sonrisa practicada. Los flashes aparecieron, parpadeaban continuamente y la multitud aplaudía.

Realmente esas personas no estaban allí para vitorearle, y por supuesto, él lo sabía.   Estaban vitoreando porque su cara era la que aparecía en todas las pantallas gigantes de televisión que alrededor de allí había.  No  hubiera importado si la cara hubiese pertenecido a algún maniquí de Bloomingdale. Había otra cosa interesante sobre las multitudes de Nueva York: les importaban poco las cosas sobre las cuales aplauden,  siempre y cuando haya una  oportunidad de salir en las pantallas gigantes de televisión haciéndolo.

La cara en la pantalla gigante cambió. Ahora pertenecía al gran mago adulador, Michael Byrne. Vestía una camisa de cuello abierto de color negro, con su pelo lacio y brillante cayendo sobre su cara, enmarcando su bonita sonrisa.

Byrne no sonrió, por supuesto, como Filmore lo hizo. Miró con picardía maliciosa, sus ojos parpadeaban una y otra vez, como si no fuera consciente de la cámara (Filmore sabía por experiencia) que tenía a menos de dos pies de distancia de su cara.

Byrne había nacido para ser empresario y era extremadamente persuasivo incluso cuando no decía ni una sola palabra. Esa era la parte que había hecho que tuviera tanto éxito como un mago de escenario. La muchedumbre quería creer en sus trucos. De hecho, si no hubiera sido por el contagioso encanto de Byrne, obviamente poco sincero, Filmore no podría incluso haber accedido a formar parte del truco.

—Vayamos al grano. —dijo Byrne el día que conoció por primera vez a Filmore en su oficina. —Eres una de esas estrellas que está ascendiendo en el mundo de la política, al menos en Nueva York, todo el mundo lo sabe, ¿verdad? No muchos otros políticos tienen el tipo de reconocimiento que tú tienes. El ex Quarterback de los Jets, marinero de carrera, felizmente casado con una prometedora actriz de Broadway. Estas a punto de lanzar tu carrera hacia lo más alto del combate de lucha libre de Washington. Solo necesitas un pequeño impulso, un poco de combustible de cohetes para dispararte dentro de los grandes medios de comunicación.

A Filmore no le había gustado el hombre casi desde el principio, pero en ese momento, Byrne había estado hablado en un idioma que él había entendido completamente incluso si no estaba de acuerdo con él. Filmore deseaba poder crear un nombre por si mismo, solo con su trayectoria política y su comprensión de las necesidades que su distrito electoral tiene, pues a pesar de lo que muchos pensaban, él es un hombre inteligente.

Lo hizo bien en los programas de entrevistas  y los programas de domingo por la mañana de entrevistas, en parte debido a su propio encanto , pero también porque, a diferencia de muchos otros senadores que podría mencionar (pero no lo hizo), realmente no entendía los problemas sobre los que se estaba discutiendo. A pesar de ello, de todas formas, Byrne estaba bien. Los votantes estadounidenses no votaban siempre a los mejores candidatos. De hecho, como bien sabía Filmore, muchos de ellos tienden a emitir sus votos basándose tanto en las miradas y en las frases ingeniosas como en la cualificación y la lista de candidatos. No tenía sentido quejarse sobre ello, aunque en ocasiones Filmore lo encontraba  deprimente. La única opción práctica era reconocer la realidad actual del mundo de la política y usarla para aventajar a los demás candidatos lo mejor posible.

—Tú y edificio Chrysler. — Byrne había dicho sonriendo y extendiendo las manos. —Dos monolitos de la ciudad de Nueva York, juntos al mismo tiempo. Si funciona, y lo hará, las personas de costa a costa conocerán tu nombre. El mío también, por supuesto, pero eso no importa.

—Propones que desaparezca el edificio Chrysler. — había contestado Filmore, recostándose en su silla y mirando hacia la ciudad a través de su turbia ventana de oficina. —Conmigo en el.

Byrne se encogió de hombros.

— ¿Qué mejor manera de cimentar nuestras carreras al mismo tiempo, verdad, Senador? Ambos sabemos que en estos días, el mundo de los negocios y el de la política son en realidad dos caras de la misma moneda. Además, será divertido.

Filmore echó una mirada de reojo a Byrne.

— ¿Cómo lo harás?

Byrne suspiró lánguidamente.

—Magia. —respondió. —Lo que significa que es sorprendentemente fácil o alucinantemente complejo. Ninguna de las respuestas es siempre muy gratificante para el espectador. ¿Qué dice usted, Senador?

Filmore estuvo de acuerdo, por supuesto, aunque algo a regañadientes. Si se hubiera requerido algo más que una noche en el vestíbulo del famoso rascacielos de acero, probablemente no lo habría hecho. Mirando a su alrededor desde las puertas del vestíbulo, empezó a tener la sensación de que el truco era, de hecho, sería alucinantemente complejo. Había multitud de espejos sobre soportes giratorios, por ejemplo, situados justo fuera de la vista de la multitud que se encontraba detrás de las barricadas. Un monstruoso andamio, de casi treinta pisos de altura, había sido colocado en frente del edificio. Estaba equipado con una cortina del tamaño de un rascacielos que podía bajarse y subirse cuando Byrne lo ordenara, dando tiempo a su equipo para gestionar las complicadas maquinaciones necesarias para la ilusión. En cuanto a la plataforma de observación oficial, a media calle de distancia, Filmore tenía alguna idea de cómo probablemente el truco se llevaría a cabo. No lo había entendido del todo bien, pero él entendía lo suficiente como para saber que el hechizo dependía totalmente de incontables detalles insignificantes, desde el campo de visión, hasta la psicología de las masas (o grupal, como prefieras), e incluso, del ángulo de la puesta de sol. A su manera, Byrne era muy inteligente, aunque, como el hombre había sugerido, al ver algunos de los complicados detalles que había detrás del truco, sin duda, tendían a reducir la apreciación hacia este.

Ahora que estaba oficialmente fuera de las cámaras, Filmore dio la vuelta y cruzó el vestíbulo desierto, entrando por una puerta lateral junto a la mesa de seguridad. Allí, encontró una pequeña habitación con dos maquinas de refrescos, un sofá de cuero y una televisión de plasma.   En la pantalla se mostraba lo que el resto de las personas iban a ver desde fuera. El guardaespaldas de Filmore, John Deckham, un antiguo jugador de fútbol totalmente calvo, que estaba sentado en el sofá viendo lo que sucedía afuera en el televisor con un ligero interés.

—Tiene buena pinta— Deckham comentó, asintiendo con la cabeza hacia la televisión. —Hicieron un primer plano de ti saludando. Muy “hombre del pueblo”.

Filmore suspiró mientras se sentaba en el otro lado del sofá.

—Siento como que es un truco. Odio los trucos.

—Los trucos hacen girar el mundo. —Deckham se encogió de hombros, levantando una bolsa de pistachos y cayendo un puñado.

Filmore se dispuso a ver el evento. En la pantalla de la televisión, Michael Byrne levantó sus brazos mientras la cámara se acercaba drásticamente hacia él, enmarcándole en contra del sol que se reflejaban en las ventanas del edificio.

—Y ahora, —Byrne anunció. Su voz estaba amplificada sobre la multitud produciendo un efecto de eco. —Me habéis visto escapar de la prisión de Alcatraz. Habéis sido testigos de mi triunfo sobre el sepulcro de la muerte egipcio.  Habéis visto como he hecho desaparecer a un elefante vivo, y después a un avión y finalmente un tren de carga en movimiento. Ahora, por primera vez, voy a realizar la mayor hazaña de la ilusión que se haya intentado. No solo haré desaparecer uno de los mayores puntos de referencia de la ciudad de Nueva York, el legendario edificio Chrysler, sino que, además lo haré mientras está ocupado por el honorable y respetado senador Charles Hyde Filmore.

En la pantalla, la multitud aplaudió de nuevo. Filmore podría oír el eco de sus gritos procedentes de más allá del vestíbulo. Byrne sonrió triunfante hacia la cámara, extendiendo sus brazos, con las palmas abiertas, eufórico ante la puesta de sol.  Al mismo tiempo que el público volvía a guardar silencio, un montón de focos iluminaron la fachada del edificio, como si fuera una enorme joya. Byrne levantó los brazos, aún con las palmas abiertas hacia arriba, y luego las dejó caer. En ese momento, cientos de metros de tela roja, se desplegaban frente al edificio. Se precipitaban como el agua, brillando mágicamente frente a los focos, y, finalmente, golpeaban el suelo con un suave golpe. Desde la perspectiva de las cámaras de televisión, así como de los espectadores sobre la plataforma de observación, la cortina completamente oscureció el edificio. Frente a la ondeante tela roja, Byrne agachó su cabeza. Parecía estar totalmente concentrado. El público esperaba impaciente.

Al final del sofá, Deckham hundió su mano en la bolsa de los pistachos.

— ¿Cómo hará esto? —preguntó. —¿Te lo contó?

—No. —replicó Filmore. —Secreto profesional y todo eso. Todo lo que sé es que debo esperar aquí durante un minuto o menos mientras convence a todos de que el edificio a desaparecido. Cuando acabe todo, el edificio aparecerá y regresaré por la puerta principal, saludando como un Goombah. Gracias y buenas noches.

—¿Somos los únicos que estamos en todo el edificio?

Filmore asintió, sonriendo con tristeza.

—Ese Byrne es realmente un genio.

Filmore asintió sonriendo tristemente.

—Ese Byrne es un genio, de verdad. Organizó todo para evacuar el edificio del  departamento de salud, afirmando que solo podría prometer la seguridad de una persona, la tuya por supuesto, cuando el edificio cruzara a las dimensiones desconocidas.

—No. —se rio Deckham, haciendo crujir los pistachos.

Filmore asintió de nuevo. En la pantalla de la televisión Byrne todavía estaba de pie con la cabeza abajo, con los brazos colgando en los costados como si alguien le hubiese apagado. Un redoble de tambores comenzó. Poco a poco, Byrne comenzó a levantar los brazos de nuevo y como hizo antes, se apartó de la pared del edificio cubierta con una tela roja.

El sonido del tambor aumentó, hasta una nota casi insoportable.  Ahora Byrne le daba la espalda a la cortina, con sus brazos levantados y la cabeza agachada, el pelo le oscurecía la cara y aun estaba como si alguien lo hubiese apagado.

De repente el edificio se estremeció violentamente. El polvo del techo caía, y las luces parpadeaban. Filmore se levantó alarmado.

 — ¿Qué fue…? —comenzó diciendo pero se detuvo cuando un zumbido comenzó en las entrañas del edificio que le devolvía a la vida. Las luces y la pantalla del televisor seguían parpadeando.

—¿Se suponía que esto ocurriría? — Deckham miraba cautelosamente.

—Creo que… si. — Filmore respondió lentamente, asintiendo con la cabeza hacia la televisión. —Mira.

Aparentemente las vistas de afuera no habían cambiado. Byrne todavía se mantenía con sus manos arriba y su cabeza gacha. Finalmente y tétricamente, cerró sus manos y levanto su cabeza, lanzando su pelo hacia atrás. Chorros de chipas de color blanco estallaron en el aire y la cortina roja cayó girando y ondeando al caer. En el lugar donde antes había un edificio, ahora estaba vacío, solo rodeado por las plataformas que sostenían los focos de luz.

El gran edificio brillante sin duda parecía haber desaparecido. La multitud estalló en frenéticos aplausos y una banda en directo entabló una melodía de victoria.

—Bueno, no está mal. —comentó Deckham relajándose un poco. — Parece muy real.

—Bueno… —replicó Filmore entornando los ojos hacia la pantalla. —Está muy oscuro. Deberíamos ser capaces de ver los edificios que se encuentran detrás de este. Las luces están distrayendo a la multitud.

—Creo que eres demasiado cínico para la magia, Chuck. Dedícate mejor solo a la política. —El gran hombre se puso de pie haciendo una bola con la bolsa de pistachos entre sus manos. —Voy a ir al baño antes de irnos.

—Seguro. —Filmore musitó todavía mirando a la pantalla. Deckham se sacudió unos pocas cascaras de pistachos que le quedaban en el pantalón y desapareció por la puerta del baño que se encontraba en un rincón de la pequeña habitación.

                Afuera Byrne había  mandado que el telón se subiera una vez más de nuevo. Lentamente la cortina volvió a subir de nuevo, una vez mas ocultando misteriosamente la vista y los focos de luces.

 

5 comentarios:

  1. Por favor, sigue traduciendo, al menos hay alguien que puede hacer una traducción en condiciones, dado quien estaba encargado de ella oficialmente es un incompetente.

    Gracias y mil gracias, por favor sigue. Si quieres publi de ello siempre se puede buscar el dártela.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  4. Gracias por este compromiso desinteresado de darnos a los fans de Potter la alegría de volver (de la mano del Señor Lippert) a este maravilloso mundo.
    No sé si abandonaste la traducción o no, pero si no es así te RUEGO que la retomes.

    ResponderEliminar